Cuando me invitaron a escribir sobre los niños en este mes, resultó un regalo inesperado y significativo, fue inevitable que esa tarde mientras recibía la propuesta; en un parpadeo, me vi de 7 años, en la inmediatez contesté como es debido: ¡Gracias! ¡Me encantaría escribir sobre el niño interior!, creí tener un pequeño titubeo, pero cuando observé a quien me propuso participar, noté casi en paralelo a mi expresión, como sus manos se entrelazaron y fueron directamente a su corazón, sus ojos destellaron en verdad, entonces añadió: ¡SI!, ¡ESCRIBE SOBRE ESO!, ¡TRAE A ESA NIÑA Y ABRÁZALA!… mientras lo sugería, volví a verme a esa edad… lo hice, me abracé, y segura estoy que ella trajo en ese momento a su niña, y por un instante, la quiso abrazar también.

El niño interior es esa parte tan importante de nosotros que conserva las memorias, los sentimientos y las experiencias de nuestra infancia. En muchas ocasiones, crecemos sin ser plenamente conscientes de su presencia, pero sus huellas permanecen en nuestro ser, influyendo en nuestras emociones, decisiones y relaciones. En términos espirituales, se cree que este niño interior es la representación de nuestra esencia más pura, nuestra capacidad de soñar, de sentir con inocencia y de conectarnos con el mundo desde un lugar de curiosidad y amor. Sin embargo, la vida adulta, con sus responsabilidades y exigencias, puede llevarnos a distanciarnos de esta parte esencial de nuestro ser, dejando cicatrices emocionales.

Nuestra niña y nuestro niño, se manifiesta de muchas formas en nuestra vida, solo que a veces no nos damos cuenta de que es ella o él, y muchas veces solo decimos: YO SOY ASÍ; casi nunca reparamos en ser conscientes, que un niño interior maltratado, abandonado o triste, puede frenar nuestro propósito de vida, puede destruir una relación de pareja o hacer incluso que seas un padre o una madre terrible; es decir, te puede fregar la vida por completo, si no está bien trabajado.

Sanar a nuestro niño interior no implica regresar al pasado, sino hacer las paces con él, reconociendo sus heridas y brindándole el amor, la protección y la comprensión que tal vez no recibió en su momento. Este proceso de sanación nos invita a abrazar nuestras vulnerabilidades, a reconectar con nuestra esencia más pura y a entender que, aunque las circunstancias hayan sido difíciles, somos seres resilientes con la capacidad de sanar y crecer. Es un acto de valentía que nos permite liberarnos de las cadenas del pasado, y abrirnos a una vida más plena y auténtica.

Creo que como adultos es el momento perfecto para reflexionar en lo importante del 30 de abril, festejando a los niños que hoy están en el mundo: hijos, sobrinos, vecinos, ahijados etc., pero esta fecha nos permite también festejar a aquellos que lo fuimos y lo vivimos en su momento, este debería ser un día para llamar a nuestra niña y niño interior; encontrarle, abrazarle y preguntar si estuvo sola o solo, herida o herido, enojada o enojado y darle voz para escucharle llorar, gemir o gritar, y conectar con esas emociones honrándole. Este escrito es un llamado a aprender a cuidar y proteger ese niño que pervive en el interior, un llamado a celebrar la alegría, la creatividad y la magia que reside permanentemente en cada uno de nosotros, independientemente de la edad que tengamos.

Hoy más que nunca es el momento de regalarle un espacio para jugar, para reír, para sentir y sobre todo, para sanar; con ese acto de sanación, nos abrimos a la posibilidad de vivir una vida más ligera, llena de amor y esperanza, sin las sombras del abandono, así, en cada sonrisa, en cada gesto de amor propio, el niño interior se siente finalmente acogido y libre para ser quien es….

¡Que la alegría del niño que fuimos nunca se pierda, y que hoy como adulto, puedas traerlo del rincón de donde lo dejaste hace algún tiempo, darle un abrazo, y sonreírle, estoy segura de que la recompensa será gigante, y los niños del presente harán mejores niños futuros!

¡Feliz día de las niñas y de los niños!

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