El espejo engañoso: Cuando la adultez se convierte en un laberinto intergeneracional

Ver mi reflejo cada mañana es un acto de violencia involuntaria. Mi mente —la misma que a los 20 años planeaba conquistar el mundo entre clases de la prepa y ligues fallidos— choca contra la imagen de un hombre con patas de gallo y entradas pronunciadas. ¿En qué momento se supone que uno se convierte en “adulto”? No fue al firmar el crédito INFONAVIT, ni al cargar a mi primer hijo en brazos, ni siquiera al casarme. Hoy, con 50 años, sigo sintiendo que soy un chamaco con arrugas.

Mi jefe, cuando tenía mis años, ya era un “señor” de verdad. Los jóvenes le decían usted, su trabajo en PEMEX lo blindaba contra preguntas existenciales, y heredó la casa familiar a los 45. Yo, en cambio, compré mi primer departamento a los 40 tras sudar lágrimas de sangre. No es solo mi percepción, los datos confirman que el ritmo de la adultez se descompuso como reloj chino.

La silla musical generacional se atoró: los boomers concentran el 38% de la riqueza en México y muchos siguen activos laboralmente, bloqueando puestos que antes liberaban a los 60. Mientras tanto, solo el 14% de los hogares mexicanos recibe herencias, y el 80% de estas son propiedades con valores muy desiguales. La brecha se traga los hitos tradicionales: en 1990, comprar casa costaba cuatro años de salario, hoy exige 9.2 años, y los menores de 35 tienen un 30% menos poder adquisitivo que sus padres a su edad.

A los 20, ver a alguien de 45 era como encontrarse a un maestro de primaria: respetable, pero ajeno. Hoy, esos “viejos” somos nosotros, y sin embargo la percepción se fracturó por ambos lados. Hacia abajo, la brecha se borra: los millennials y centennials me dicen “wey” sin reparos, ya no hay rituales de respeto jerárquico, somos compas en la misma lucha. Hacia arriba, el abismo sigue ahí: mis referentes de “verdadera adultez” siguen siendo los de 80 años. Ellos sí sabían cómo ser adultos, o al menos nos vendieron esa idea. Como señala un estudio de la UNAM, somos la generación sándwich: cargamos hijos que no se independizan y padres que no se jubilan, mientras el sueño de la casa propia se esfuma como humo.

El reloj generacional se descompuso de manera brutal. Tuve mi primer hijo a la edad en que mi abuelo ya era abuelo. Él compró terreno en Cuajimalpa “con lo que le cayó de su aguinaldo”, yo firmé un crédito a 20 años. La economía alarga la adolescencia financiera de maneras absurdas: los boomers poseen el 42% de los bienes raíces en zonas urbanas, concentrados principalmente en Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara. Nuestra generación espera herencias que llegarán tarde y recortadas, porque el 70% de las propiedades familiares se dividen entre tres o más herederos, diluyendo su valor. Los millennials que me dicen “güero” ni en cuenta heredarán: el 68% de jóvenes mexicanos cree que nunca tendrá casa propia. El resultado es demoledor: tres generaciones peleando por las mismas migajas, en un juego de sillas donde las reglas las pusieron otros.

Cuando pregunté a cuates cuándo se sintieron adultos, las respuestas fueron reveladoras: “Al pagar mi primera mensualidad del coche”, “Cuando mi jefe me dijo ‘ya no eres joven'”, o “Nel, sigo jugando FIFA como a los 15”. Los expertos del ITESO explican que las generaciones actuales redefinen la adultez priorizando flexibilidad sobre estabilidad. Al final, la edad es un número, no un destino, y como dice el dicho mexicano: no es lo mismo 30 años de experiencia que un año repetido 30 veces. La verdadera madurez, entonces, se convierte en un modo de supervivencia más que en un título que se otorga automáticamente.

Aquel morrito que veía viejos en los cuarentones era inocente. El adulto que hoy evita el espejo es sabio: entiende que la adultez ya no es una meta, sino un camino lleno de baches, topes y desviaciones inesperadas. No tengo recetas mágicas, pero sí propongo algunas reflexiones necesarias. Primero, matar el mito del “ya deberías tener” que nos carcome por dentro. Segundo, exigir pensiones dignas porque las AFORES no alcanzan ni para chicles, e impuestos justos a herencias millonarias. Tercero, aprender de los que nos dicen “wey“: su habilidad para armar negocitos digitales es una lección de ingenio puro.

Al final, quizá la verdadera madurez sea aceptar esto: somos chamacos grandotes con más cicatrices, más cuentas por pagar y menos pelo, pero seguimos siendo los mismos que soñaban con cambiar el mundo. Como dice Alejandro Fernández: “Lo que no me mata, me hace más fuerte… o más cansado”. Y no pasa nada, porque en este baile generacional sin brújula, todos estamos improvisando los pasos.

Al que le haya ardido este texto —sea junior engreído o boomer terco— lo invito a unos tacos. Prometo no decirle “señor”.

Referencias

1. ENIGH 2022: Distribución de riqueza por generaciones en México.

2. INEGI (2023): “Movilidad social y herencias en hogares mexicanos”.

3. Banco de México: Comparativo histórico salarios vs. precios vivienda (1990-2023).

4. UNAM (2021): “Generación sándwich: crisis de cuidados en México”.

5. Sociedad Hipotecaria Federal: Reporte de accesibilidad a vivienda (2023).

6. ITESO (2022): “Nuevas narrativas de la adultez en jóvenes urbanos”.

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