En un rincón olvidado de México, donde el polvo se confunde con el tiempo, una niña de diez años se sienta en el suelo terroso de su casa. Sus ojos, grandes y cansados, miran el horizonte sin verlo, como si buscaran en la distancia una promesa que nunca llega. En sus manos, una muñeca rota: cuerpo de trapo desgastado, sonrisa deshilachada. No es solo un juguete; es el símbolo de una infancia que se le escapa entre los dedos como arena seca.

A su alrededor, el silencio no es ausencia de ruido, sino presencia de abandono. No hay risas, no hay juegos, no hay cuentos antes de dormir. Solo el peso invisible de una rutina que no conoce de ternura, solo de sobrevivir.

Este 30 de abril, México se llena de globos de colores, de canciones infantiles, de pasteles y piñatas. Celebramos el Día del Niño y la Niña, como si la alegría pudiera abarcar a todos por igual. Pero, ¿cómo celebrar mientras millones de niños y niñas en nuestro país cargan con heridas que no deberían conocer? ¿Cómo sonreír cuando tantas infancias están siendo robadas en silencio?

En 2024, se registraron 2,243 homicidios infantiles en México. Cada número es una vida interrumpida, una historia sin final feliz, una cama vacía que nunca volverá a ser ocupada. La cifra duele, pero más duele lo que representa: la normalización de una violencia que no distingue edades.

Y la violencia no siempre llega con gritos o disparos. A veces se disfraza de burlas, de exclusión, de miedo en los pasillos de una escuela. El 28% de los niños y adolescentes han sufrido acoso escolar, una forma de violencia que deja cicatrices invisibles, pero que arde durante años, incluso en la adultez. Porque cuando se rompe la autoestima en la infancia, se resquebraja todo lo que viene después.

La niñez en México también trabaja. Cerca de 3.7 millones de menores, entre cinco y diecisiete años, se ven obligados a cambiar los juegos por jornadas laborales. Algunos trabajan más de 48 horas a la semana, una carga que ni siquiera debería sostener un adulto. ¿Cómo aprender a leer cuando el cuerpo está cansado? ¿Cómo imaginar un futuro cuando apenas se sobrevive al presente?

El amor también les es arrebatado. Entre 2010 y 2021, se documentaron 153,000 matrimonios infantiles, la mayoría con niñas que fueron obligadas a convertirse en esposas, en madres, en adultas sin haber terminado de ser niñas. La violencia se vuelve cotidiana, legalizada por el silencio y la indiferencia. Cada día, 38 niñas pierden el derecho a decidir sobre su cuerpo y sobre su vida.

Y las infancias indígenas, las más olvidadas entre los olvidados, crecen en un país que las margina desde la cuna. Como denuncia la poeta tsotsil Ruperta Bautista, la violencia estructural hacia los pueblos originarios cala hondo en la piel de sus hijos. No son solo carencias materiales: es el desprecio, la negación de su cultura, de su lengua, de su dignidad.

Pero no hace falta un golpe para herir. A veces, el daño viene en forma de indiferencia. Muchos niños crecen en hogares donde no hay abrazos ni palabras suaves. Donde el afecto es escaso, donde el silencio grita más que cualquier reproche. El abandono emocional también es violencia, una que corroe desde adentro.

Y en esta era digital, donde todo parece más cerca, los niños están más solos que nunca. Pueden tener acceso al mundo entero desde una pantalla, pero no tienen con quién compartir una risa sincera. La tecnología, sin guía ni amor, se convierte en una barrera más que en un puente.

Entonces, ¿cómo celebrar? ¿Cómo llenar el aire de canciones mientras tantas voces infantiles son silenciadas?

No podemos permitirnos el lujo de la fiesta mientras haya un solo niño en México que viva con miedo, con hambre, con dolor. La infancia no se celebra con dulces y decoraciones, se honra con justicia, con equidad, con respeto pleno a sus derechos.

Este 30 de abril no debe ser un evento en el calendario, sino una llamada urgente a la conciencia. Un recordatorio de que la verdadera celebración ocurrirá sólo el día en que todos los niños puedan crecer libres de violencia, de explotación, de discriminación.

Hasta que ningún niño y ninguna niña vivan con miedo.

Hasta que el amor sea regla y no excepción.

Hasta que la infancia duela menos,

no podremos celebrar nada.

“Mientras la infancia sea una herida y no un recuerdo, el tiempo seguirá fallándonos.”

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