Ser abuela ha sido uno de los regalos más hermosos de mi vida. A mis 53 años, disfruto cada instante con mi nieto Santiago, quien, con sus 6 años, me ha enseñado que el amor se multiplica y que cada etapa de su crecimiento es un milagro que merece ser celebrado.
Desde que llegó a este mundo, Santiago ha llenado mi corazón con su ternura, su curiosidad infinita y su risa contagiosa. Pero lo que más me ha conmovido es la forma en que ha ido desarrollando sus habilidades socioafectivas, esa capacidad de amar, compartir y entender el mundo que lo rodea. Ver cómo crece no solo físicamente, sino también en su manera de relacionarse con los demás, me llena de un orgullo difícil de expresar con palabras.
Santiago me llama de cariño “Xoch”, y cada vez que escucho su dulce voz llamándome así, mi corazón se llena de amor. Es un recordatorio de nuestro lazo único, de la confianza y el cariño que nos une. Ser su abuela no solo me ha permitido revivir la ternura de la infancia desde una nueva perspectiva, sino que me ha dado la oportunidad de ser testigo de su evolución emocional y social.

Recuerdo cuando, de bebé, buscaba con su mirada mis ojos para sentirse seguro. Luego, cuando empezó a hablar, aprendió a decir “gracias” y “por favor”, palabras sencillas que encierran tanto respeto y gratitud. Hoy, verlo expresar sus emociones con naturalidad, consolar a un amigo cuando está triste o compartir con alegría sus juguetes, me llena de esperanza.
Su capacidad para identificar y comunicar sus emociones ha sido maravillosa. A veces, cuando siente frustración porque algo no le sale como quiere, se acerca y me dice: “Xoch, me siento un poco enojado”. Y en ese momento, sé que ha aprendido algo muy valioso: reconocer lo que siente sin miedo y buscar apoyo en quienes lo amamos.
El desarrollo socioafectivo es el cimiento de una vida plena. A través de sus relaciones con los demás, los niños aprenden a gestionar sus emociones, a construir lazos sólidos y a enfrentar los desafíos con resiliencia. Y yo, como su abuela, quiero ser parte activa de ese proceso, brindándole amor, guía y la certeza de que siempre tendrá en mí un refugio seguro.
Santiago ha aprendido a expresar sus afectos sin reservas. Me conmueve cuando, de la nada, corre hacia mí y me da un fuerte abrazo. O cuando, antes de dormir, me dice: “Te quiero mucho, Xoch”. En esos gestos simples pero profundos, veo reflejado el impacto de un entorno lleno de amor y contención.
En casa, fomentamos mucho la importancia de la empatía y la comunicación.
Cuando vemos una película y algún personaje está triste, le pregunto: “¿Cómo crees que se siente?” y él, con su gran sensibilidad, siempre tiene una respuesta llena de ternura. Es en esos momentos cuando entiendo que no solo está creciendo, sino que también está desarrollando una gran capacidad para comprender y cuidar a los demás.
Ser testigo de su mundo interior en expansión es un privilegio. Me encanta escuchar sus pensamientos, sus miedos y sus sueños. Aprendo con él que cada emoción tiene su lugar y que acompañarlo con paciencia y comprensión le da la confianza de ser quien es.
Cada día es una nueva lección para ambos. A veces soy yo quien lo guía, pero muchas otras veces es él quien me enseña. Su mirada curiosa me recuerda que nunca es tarde para maravillarse con las pequeñas cosas de la vida. Su espontaneidad me impulsa a valorar cada momento, sin prisas ni preocupaciones innecesarias.
Hoy quiero celebrar no solo su crecimiento físico, sino su enorme corazón, su capacidad de empatizar y de hacer del mundo un lugar más amable. Porque, al final del día, lo más valioso que podemos enseñar a los niños no es solo a leer o a contar, sino a amar y a ser amados.
Santiago, gracias por enseñarme que la ternura es una fuerza poderosa y que crecer, juntos, es el mayor regalo de todos.
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